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México durante
época electoral es lo más parecido que he vivido al maldito Infierno. En el
2018 la comparación tiene aún más sentido si consideramos el temible calor que
nos ha azotado últimamente. Ante esta situación, me parece que hoy es un
excelente momento para gritarle al universo entero que no me gusta la política.
Nunca me ha gustado y sé muy bien que jamás me agradará.
Cuando
era un adolescente me vi ligeramente atraído por ella. Creo que fue Salvador
Allende quien dijo que ser joven y no ser revolucionario era una contradicción
biológica, o algo así. Es verdad, en cierta forma; así que, como buen
ceceachero, decidí que yo sería un hombre de “izquierda” (cualquier cosa que
eso signifique en este país). Empecé a leer a Marx, pero no le entendí un carajo.
Pensé que Revueltas me ayudaría más, pero fracasé con portento otra vez. Rius
fue más amable conmigo, aunque aun con él me enfrenté a cosas que no alcancé a
comprender. Pensé entonces que la música me sería más útil, así que empecé a
escuchar a Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, León Gieco y cualquiera que
sintiera que podría instruirme en el arte de ser un hombre de izquierda
hispanoamericana. Como se puede intuir, me convertí en un guevarista de sepa (but of course),
con boina y toda la cosa.
Uno de
los actos de formación que más recuerdo fue haber leído Muertos incómodos,
la novela que escribiesen juntos Paco Ignacio Taibo II (but of course,
otra vez) y el Subcomandante Marcos, ahora Galeano o algo así. Si me
preguntaran de qué va el libro, diría que no tengo la más mínima idea. No
recuerdo nada de él, a excepción de una cosa. En un punto de la historia, uno
de los personajes (Belascoarán, supongo) comienza a hablar sobre El Yunque, sus
actividades y sus miembros. Cuando empieza a mencionar a estos últimos, saca a
la luz el nombre de Guillermo Velasco Arzac. Los apellidos me dejaron helado
porque yo estuve en una escuela lasallista antes de ingresar a la UNAM, y el
director de mi colegio era el Hermano Manuel Velasco Arzac. La revelación fue
un golpe letal a mi cabeza. Hasta el día de hoy ignoro si hay un parentesco
entre ambos sujetos, nunca he querido averiguarlo, pero la coincidencia es
demasiado grande como para ser sólo eso. En ese momento juré que mi pasión de
izquierda sería absoluta porque, tras saber eso, me sentía mal, sucio; como si
haber estado en una escuela católica me hiciera parte de esa mafia que cierto
presidenciable tanto mienta. Juré saberlo todo con el fin de ser el mejor
hombre de izquierda… e, irónicamente, ese fue el inicio del fin.
Descubrí
así las atrocidades de Stalin, los crímenes del Che, detalles del comunismo que
me hicieron tener conflictos muy pesados y muchas cosas que terminaron por
asesinar mi militancia absoluta. Había, pues, adquirido el conocimiento
necesario para definir una de mis posturas más sabias: no me gusta la política.
Actualmente
en México, nos enfrentamos – otra vez – a una elección presidencial. Estoy
harto de eso. Mis contactos en redes sociales se la pasan peleando todos los
días. Unos apoyan a Meade; otros, a Anaya; los más, a Obrador y hasta uno que
otro desubicado se inclina por “El Bronco”. Todos señalan que su candidato va
ganando en las encuestas. Todos dicen que el otro es un peligro, un horror, lo
peor. Y yo sólo me siento frustrado ante ese panorama tan imbécil y patético.
No me gusta la política. No creo ya en la izquierda o la derecha. Son términos
de la Revolución Francesa, ¿en serio se ha avanzado tan poco? No me gustan los spots de
nadie. Desde el “Yo mero”, al “Na na ná na ná”, al “Ni Obama”, todos son una
franca estupidez. No me gustan las promesas vacías, las posturas simplonas, los
proyectos sin pies. No me gusta ver a bestias oligofrénicas cambiando de color
cada seis años para alcanzar dinero, fama, poder, estatus. No me gusta ver a
gente que yo consideraba inteligente lobotomizada, echando espuma por el hocico
mientras defiende a su mesías personal, llena de odio y rencor, bloqueando a
quien comete el temible error de pensar de un modo diferente. No me gusta ver
cómo escapamos todos al humor, con memes que
sólo nos distraen a ratos. No me gusta ver videos de genios que, como yo, creen
tener, a sus 15 años, la verdad absoluta. No me gusta ver a aburridos como yo
que, a sus 30 años, deciden huir mejor al país más cercano. No me gusta recibir
llamadas telefónicas que me quieren asustar, ofertas para pintar mi casa a
cambio de mi credencial, mochilas a cambio de mi voto o insultos si no quiero
elegir. No me gusta la política porque se traduce en cuatro asnos inservibles
que se pelean por ver a quién le toca robar, mientras un grupo de roedores
cegados los persigue, atolondrados por el dulce sonido de su flauta.
Según
Fernando Savater, un idiota es aquél que no se involucra en política. Bueno,
ante este panorama, me declaro un completo y absoluto idiota feliz. No me gusta
la política, y así me siento bien.
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