Un segundo, nada más

Foto: Ernesto Pérez

Tal como se los había contado en un post anterior, una parte de mi ser (la que se está acostumbrada a las decepciones) intuía que algo temible iba a ocurrir hoy. Creo que, como país, estamos condicionados a que cada vez que empezamos a armarla bien en algo, nos tiene que alcanzar el horror. Las tragedias no nos sorprenden, son nuestro pan del día a día. Es el éxito el que nos llena de incredulidad. No podemos creer que nos salga bien algo como nación. Como le dijera Lois a un confundido Malcolm, sentimos que el universo conspirará en nuestra contra para arrebatarnos eso que, quién sabe cómo, nos fue otorgado. O, como bien dicen en mi pueblo, "nos da miedo triunfar".

¿Es justo criticar a la Selección Mexicana y tacharlos de mediocres, de inútiles, de vagos? ¿Caben hoy las frases "siempre es lo mismo", "jugaron como nunca y perdieron como siempre" o similares? Yo diría que no. Porque, otra de nuestras tendencias típicas como país, es la de olvidar una racha positiva para clavarnos en el fracaso. Estamos condicionados, insisto.

México dio un gran, gran partido en contra de Alemania. Si el equipo germánico se despide hoy del torneo es en gran medida gracias a ese juego. La Selección Alemana está acostumbrada a logros enormes. Para ellos, llegar a semifinales es el resultado mínimo a alcanzar. Planean las cosas con siglos de antelación y sus proyectos son sólidos, constantes y muy largos. Jamás vieron venir que México les ganara. No importan las declaraciones diplomáticas de Joachim Low o los jugadores, la realidad es que nunca consideraron esa opción. No entendieron cómo les sometieron los mexicanos, y eso fue el inicio del fin. Confundidos y sorprendidos por esa sacudida, llegaron contra Suecia, quien les bailó sabroso. Sólo un milagro de último minuto les dio oxígeno. Y hoy, Corea del Sur les aguantó con estoicismo, los desgastó hasta las consecuencias finales y los acabó cuando tuvo la oportunidad.

Contra los anteriormente mencionados, la Selección Mexicana fue más conservadora. Aunque tardaron en leer al equipo asiático, al final entendieron cómo moverles las piezas. El gol de Son Heung-min no mermó en gran medida el sentir del equipo tricolor y fue más un premio a las extraordinarias habilidades del extremo del Tottenham que una amenaza real.

¿Qué pasó entonces contra Suecia? ¿Por qué, si habían mostrado dotes privilegiados, les pasaron por encima tan feo? Suecia hizo lo que mejor sabe hacer: sacar la frialdad, valentía y fortaleza nórdicos. México tuvo oportunidad sólo en el medio campo, pues los suecos dominaron totalmente los extremos. Y, aunque los mexicanos fueron encontrando a ratos por dónde jugarles; la mentalidad, la costumbre, el miedo del que hablaba al principio se hizo presente. El primer gol de Suecia destruyó a los jugadores de México. Se derrumbaron. El eterno "¿y si no se puede?" les cayó como loza en la espalda.

México es, en términos generales, una lucha constante entre ese miedo al éxito y la emoción con que se abraza la esperanza. Porque esa es otra característica que tenemos como nación: si se trata de soñar, de creer, de tener fe y esperanza, nadie nos gana. Nadie se desboca como un mexicano con ilusiones. Nadie apuesta todo lo que tiene por un compatriota como lo hacemos acá. La Selección le ganó a Alemania y ya los veíamos en la final del Mundial. Aunque entendemos que no tenemos condiciones, argumentos o elementos para sostener nuestras aseveraciones, nos vale madre y creemos que, si es mexicano, es enormemente chingón y capaz de todo. No es una característica mala, al contrario. Pero es la ambivalencia la que nos mata. Creemos, soñamos, volamos. Luego, nos asustamos, nos frenamos y, al final, nos dejamos caer derrotados al suelo, con la idea de que "ya lo sabíamos".

En este instante, escucho a muchas personas en la calle hablando del juego. Dicen que "por lo menos calificamos porque ganaron los coreanos". Opinan que "ya era mucha mamada. Era mucha suerte. Nos tenían que poner en nuestro lugar". Sienten que "son unos troncos (los jugadores). No traen nada. ¿Cómo vamos a ser campeones?". Se están quedando atrás los sueños que tenían, la esperanza que cargaban, la alegría que les inundaba. ¿Ya no van a imaginar las cosas chingonas que nos pedía "Chicharito"? Insisto, es esa ambivalencia. Lo malo de creer cosas positivas es que, cuando la realidad te alcanza, lo hace mediante un golpe brutal. Pero, ¿qué hacer entonces, doctor García?

Para mí, la respuesta es: frialdad. El mexicano cojea de un pie, es exageradamente pasional. Lo mismo sueña con toda su alma como se deja caer de madrazo. Somos internacionalmente conocidos por esa pasión desbordada (tan sólo hay que recordar la fama que alcanzó alrededor del mundo Miguel "El PIojo" Herrera con sus celebraciones en el Mundial pasado). Si nos detuviéramos un segundo, nada más uno, y analizáramos lo que está pasando en nuestro entorno, saldríamos avante en muchas áreas, no sólo en el futbol. Estamos por votar en un ambiente de pasiones desbordadas, por ejemplo. ¿Quién piensa su voto antes de otorgarlo basándose en su sentir? Es lo mismo. Si los propios jugadores se hubiesen detenido un segundo a pensar, habrían logrado vencer hoy. Oportunidades tuvieron. Fue la lucha interna de esa ambivalencia la que los mató, la que les hizo apresurarse, la que los liquidó. Sólo es un segundo de razonamiento. Entonces, el mundo nos quedaría chico.

¿Cómo ven ustedes? ¿Qué nos falta para quitarnos ese miedo al éxito?

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